Por Armando Coll
El cine, si uno se atiene a la doctrina del “arte total” formulada por Canudo y servida por Andrej Tarcovski a lo largo de su incomprendida, no obstante conmovedora filmografía, ha puesto la máquina al servicio de los sentidos.
Primero atrajo el ojo, en sus albores mudos, cuando el llamado Le septième art era formulado por George Méliès, que como un cocinero que se topa con una nueva sustancia gustativa, probaba sus posibilidades en la rápida cocción del obturador de diafragma. El “arte total” al que aspira el concierto de todas las artes en una, no ha sido completado hasta los momentos, ni por el cine.
No obstante, los demiurgos de la imagen en movimiento habrán de experimentar con equivalencias sorprendentes para aquellos sentidos –gusto y olfato—que parecen inalcanzables en pantalla.
La secuencia inicial de Eat Drink Man Woman (Yin shi nan nu, 1996) de Ang Lee muestra por cortes sucesivos la faena de un dedicado cocinero chino. Es una secuencia tan deliciosa a la vista como al paladar: planos de detalle de un cuchillo que corta matemáticamente una cebolla, hortalizas, menudos moluscos, desmembrados con la precisión de una plumilla. El audio directo es sólo subrayado por el score (la música fílmica) con oportunos acordes pentatónicos: el chasquido de un sofrito, el borbotear de un hervido, los dedos que envuelven en delicadísima masa de arroz unos mariscos recién pescados.
El tema del buen comer ha dado pie a tantas películas como pueda abarcarse en un género. Pero el cine no cesa en buscar la suscitación de los sentidos de nariz y boca.
Hay también películas aromáticas, a saber, la deliciosa vietnamita El olor de la papaya verde, dirigida por Anh Hung Tran, ganadora del Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera en 1996. Y también la esperada adaptación de la exitosa novela de Patrick Suskind, El Perfume, estrenada en 2007.
El vietnamita entrega un sutil acercamiento de cámara a lo que equivaldría a un suavísimo perfume vegetal, a través de precisos travellings que se demoran en un huerto.
Chocolat de Lasse Halstrom (2000), en la que Juliette Binoche interpreta a una bella alquimista del cacao, que instruye a una pequeña comunidad de la Francia rural sobre los efectos que el fruto de los dioses tiene sobre humanas emociones. Finalmente, el filme Perfume (2006) dirigido por Tom Tykwer, elabora una fina correspondencia entre imagen y el íntimo olor de una mujer, como cumbre del arte perfumista.
El séptimo arte se constata en el más cautivador espejismo, si bien así como establece equivalencias espectaculares, en 35 mm y formato cinemascope –habrá que ver lo que los nuevos formatos y la cinematografía emergente propone al respecto—invoca las otras artes sin
usurparlas –la música, la plástica, la literatura. El cine es bendito como la comida, contiene cada una de las humanas expresiones, antes que para absolverlas, preservarlas, como se preserva un vino en una bodega, a salvo de toda contingencia.
Y tal vez, de esas artes tiene pendiente la del buen comer y oler, sabor y aroma, vino y cocina. Imagen salival que hace recordar el paternal reconvenimiento al hijo desganado: “Los muchachos comen con los ojos, por eso es que están flacos”.
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